miércoles, 25 de febrero de 2009

NÚMERO ESPECIAL



PEDRO ROMANIUK
‘in memoriam’
Por: Mario Luis Bracamonte Báez

Decía al momento de conocer de su muerte, que con Pedro finalizaba uno de los capítulos más brillantes, honestos e imperecederos de la ovnilogía argentina.
En años en que resultaba hasta curioso que alguien ‘estudiara platos voladores’, Pedro se aplicaba a formar un grupo de personas, que serían los primeros investigadores con ‘formación’ en Argentina.

Hubo junto a Pedro varios otros tenaces entusiastas, Ruth Gerstel, Jane Thomas, Antonio Las Heras, Fabio Zerpa y otros, que a igual que él formaron las primeras camadas de investigadores que optaron por el compromiso con la ovnilogía ‘so pena’ de pasar por el triste caratulado de ‘locos’, ‘fantasiosos’… entre los cuales me cuento…

¿Quién podría salir ante auditorios repletos de ‘buena gente’ a hablar de aparatos raros que venían por el cielo atemorizando a millones de personas en todo el mundo sin correr el peligro de ser tildado de loco? (ya lo dije)… ¿A quién se le antojaría ‘enseñar’ a cómo estudiar esos aparatos?, ¿Quién podía salir ‘a campo’ a hacer ‘investigaciones?... Sólo a Pedro y sus seguidores de entonces…

Muchos de esos ‘seguidores’ se convirtieron en los mejores investigadores de la época, y otros en los mayores ‘charlatanes’ a costillas del ‘maestro’ recientemente muerto.

Un brillante jalón sin intereses mezquinos preñó la vida de Romaniuk. Dio más de lo que recibió, pues muchos a los que formó o enseñó la ovnilogía de esos años, se convirtieron en sus más acérrimos críticos. Algo que le dolió ¡y mucho!... No obstante todo esto (y más), Pedro no dejó su camino y puso hasta el aliento final, todo cuanto debió poner…

De Pedro (en mi caso personal), desde conocernos hace muchísimos años en Buenos Aires, siempre recibí beneficios. De él provinieron mis primeras diapositivas sobre Ovnis, que de inmediato doné al desaparecido CEFE y posteriormente pasaron al actual C.O.R. Esas imágenes fueron proyectadas infinidades de veces convertidas en nuestros primeros ‘audiovisuales’ y que fascinaban a aquellas plateas de antaño ya que no existía el vídeo ni se soñaba con los CD, DVD, power points, etc.…, libros dedicados, y siempre alguna información mecanografiada cuando no manuscrita… ¡Era un maestro!

No lloramos su muerte, sino que como siempre digo, “nadie se muere mientras haya alguien que lo recuerda. Quien no es recordado, ¡ese sí está muerto!”

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Desencarnó don Pedro Romaniuk, el profeta que sobrevivió a su propio calendario apocalíptico
Escrito por Alejandro Agostinelli.

Lunes Feb 23, 2009

El sábado 21 de febrero falleció Don Pedro Romaniuk de un paro cardiorrespiratorio. Cuando su nieta Aldana me confirmó la noticia, cerré los ojos y atravesé mil y un recuerdos. Su libro Texto de Ciencia Extraterrestre que me regaló mi hermano Javier (el pobre creyó que me iba a encantar), sus conferencias en los ochenta en el Centro Cultural General San Martín, la malasangre que me hice cada vez que almorzaba con Mirtha Legrand y, más adelante, nuestros encuentros en la sede de su instituto. Sé de antemano que estoy condenado a la incredulidad general, pero la noticia de su muerte me emocionó.
La salud de Romaniuk, el gurú místico de los ovnis más famoso del país, zozobraba desde noviembre. Con todo, los presagios médicos no parecían alarmantes: a sus 86 años, don Pedro era un sobreviviente. No sólo había sobrellevado con estoicismo los achaques propios de la edad; una isquemia lo había dejado al borde de la ceguera, su osamenta se deshacía en cada tropezón y nadie sabía cómo se las arreglaba para sobrevivir a su insuficiencia renal crónica (bueno, en realidad sí se sabe, zafaba gracias a un milagro de la ciencia: se dializaba).

Es que don Pedro –hijo del inmigrante ruso Miguel Romaniuk y nacido en 1923 en Médanos, provincia de Buenos Aires– había sobrevivido a tragedias mayores.
Sobrevivió a la caída de un avión en 1947, a la muerte de su hija Stella Maris, de tan solo 21 años, y a que se dudara de su cordura en ámbitos donde no esperaba ser recibido con hostilidad.

Quiero ser claro: yo mismo organizaría una sentada frente al primer colegio que considerase a sus textos lectura obligatoria. Pero el Arzobispado de Buenos
Aires censuró sus escritos –una literatura copiosa, reiterativa y en más de un sentido espeluznante– con exagerada tenacidad. Romaniuk, ex docente en el Colegio La Salle, se sintió traicionado cuando la Iglesia hizo retirar sus obras de las librerías católicas por las blasfemias (en rigor, un milenarismo de otro cuño) que en ellas predicaba.

Con don Pedro nunca fuimos, ni lejanamente, amigos. Pero tampoco lo contrario: siempre me recibió con amabilidad en la sede de su Fundación Instituto Cosmobiofísico de Investigaciones (F.I.C.I.) en el partido de La Matanza, donde atendía, cual Pancho Sierra posmoderno, a los enfermos que iban a “armonizarse” a su fantástico Laboratorio Psicotrónico, una pirámide abastecida con bidones de agua importada de un volcán neuquino y energía cósmica de Las Pléyades.

No me muero por recordar nuestros choques, pero nobleza obliga. En 1991 nos cruzamos en Metete, un talk show que conducían en ATC Luisa Delfino, Horacio de Dios y Raúl Urtizberea. Cuando interrumpí su primera extravagancia, don Pedro, para convencerme (ya no me acuerdo de qué), quiso pasarme un folio en cámara.
“Vea, compruébelo, lea este documento”. Me dijo eso, o algo así. Me negué a recibir el papel porque –como el programa terminaba– no quise que una lectura silenciosa fuera interpretada como una aceptación de su contenido. Así se cobra el presente los arrebatos del pasado: hoy me sigo preguntando qué decía aquella hojita.

Tampoco le voy a pedir al lector que se apiade de mis prejuicios. Pero ruego tener en cuenta que en los noventa yo era un hidalgo militante del club de los Refutadores de Leyendas. Mi lugar era la vereda de enfrente; por entonces, mi odiosa misión en la vida era exigirle pruebas. No sólo se las pedí sino que me atreví a contradecirlo. Don Pedro se puso colorado como un chorizo y me llamé a silencio. Bueno, es hora de confesar la verdad: yo sabía que sufría de presión alta y no quise cargar con un profeta en mi placard.

No ventilo estos infortunios para conquistar el corazón de las almas que ahora añoran su partida. Nada que ver. Lo cuento porque, por entonces, a pesar del enojo que me causaban sus afirmaciones (“miles y miles de naves extraterrestres se esconden en el lado oscuro de la Luna”, “las perturbaciones electromagnéticas desplazarán el eje de la Tierra”, etcétera, etcétera), me empecé a informar. Así supe que Romaniuk remontaba una mochila pesada; su historia, compleja y dolorosa, permitía entender al menos parte de las convicciones que defendió hasta el fin. Antes, mi visión estuvo sesgada: yo evaluaba a sus dichos inverosímiles desde el exasperante rigor de las ciencias duras, cuando hubiera debido hacerlo desde la calma comprensiva de las ciencias humanas.

Con el tiempo descubrí que en sus despliegues verbales, grandilocuentes y recargados de datos falaces o tergiversados, no prevalecía la pseudo ciencia sino la invención: sus charlas eran un collage de creencias sui generis donde coexistían seres de otros mundos, conspiraciones multinacionales y ensoñaciones sobre el clima con honda resonancia en la cultura popular. Sus alegatos revestidos de ciencia exacta no resistían, no ya el paso del tiempo, sino el sentido común. Vaticinó el fin del mundo tantas veces que ya nadie llevaba la cuenta. Predijo guerras, maremotos, colisiones de asteroides y cometas con una familiaridad pasmosa. Su gente, que no le quitaba una pizca de cariño, justificaba los desaciertos como meros retrasos del Plan Divino.

En noviembre de 2004, el periodista Juan Pablo Cozzani entrevistó a don Pedro Romaniuk para el programa “Vida y vuelta” (canal 7). Fue una de las últimas ocasiones en que predijo el fin del mundo.

Ahora creo que lo sé: cada señal incumplida no revelaba tanto la impericia de sus dones proféticos sino preocupaciones sociales que lo sobrepasaban. En libros, revistas e incursiones televisivas, don Pedro exhumaba y exorcizaba fantasmas colectivos. Cada profecía que se estrellaba en el mundo real, como las que heredó de su maestro, el profeta y abducido Benjamín Solari Parravicini, mostraba que su frustrante calendario apocalíptico siempre merecía otra oportunidad.

Presiento que, a la larga, el recuerdo de sus discursos catastrofistas, los que me angustiaron en mi adolescencia y me enojaron en los noventa, no sobrevivirá.
Lo digo con cierto fundamento: ni al mismo Romaniuk le interesaba la ciencia de este planeta. Él había construido una cosmovisión que forjó a contrapelo de la racionalidad ortodoxa –la del saber común– para justificar una vida llena de experiencias extrañas, infinitas búsquedas en laberintos espirituales y sobrecogedoras penurias personales. Y, si algo sobrevive a la prédica de Romaniuk, eso será la religión. Pese a que no deja herederos a la vista (sólo hay pálidos émulos), su influencia será perceptible en un enjambre de movimientos espirituales de la actualidad y del porvenir. Una miríada de grupos esotéricos que –tras atravesar múltiples encarnaciones– siguen dando vueltas por ahí. Los sobrevivientes de esa Nueva Era que puja y puja por emerger, pero que nunca, ni con forceps, termina de nacer.
Los escépticos pueden dormir tranquilos: más temprano que tarde, los espíritus animados con el don de la curiosidad podrán dudar. Y, si se quieren dar la oportunidad, pensar.
La vida de don Pedro Romaniuk se me antojó fascinante. Por eso le dediqué un capítulo en INVASORES (historias de extraterrestres en la Argentina) de próxima aparición.

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MURIÓ DON PEDRO ROMANIUK
Se fue el patriarca de los platos voladores.
Tenía 86 años y lo consideraban el “sumo sacerdote criollo” de la causa ovni.
Vaticinó varias veces el fin del mundo y escribió 24 libros.
Por: Alejandro Agostinelli

Apasionado. Sus choques con la Iglesia lo convirtieron en un mártir viviente.
Su nombre figuraba en las cadenas de oración de los seguidores de la new age desde noviembre, cuando su familia lo internó por una caída que le causó una fractura de cadera. A sus sufridos riñones, que lo habían llevado a dializarse tres veces por semana, se sumaron complicaciones respiratorias. El pasado 21 de febrero pasaba a “otro plano, donde todo será mejor”, según él mismo creía, don
Pedro Romaniuk, uno de los primeros argentinos que se les animó a los platos voladores allá por los sesenta, cuando interesarse por lo paranormal era rayano con la herejía. El paro cardiorrespiratorio detuvo una carrera dedicada a instalar la idea de que los extraterrestres no eran sino ángeles con escafandra, como percibía en sus lecturas de la Biblia, y a profetizar que seres venidos desde las Pléyades “trabajan incansablemente en los problemas que afectan a nuestra civilización.” Fiel a su doctrina espiritual, don Pedro no le temía a la muerte. “Es el regreso a la verdadera vida energética, eterna e inmortal”, como definió ante Pedro Callegari. Su máximo anhelo era estar entre los 144 mil que integrarán el Nuevo Reino de los Cielos, al cabo de lo cual habrá en el mundo “mil años de paz, luz y amor bajo el reino del nuevo Mesías”.

No bien comenzó el siglo XXI, cuando aparecieron decenas de “auténticos herederos” del profeta Benjamín Solari Parravicini (1898-1974), se volvió a escuchar su voz. Romaniuk era uno de los pocos discípulos legítimos del “Nostradamus argentino”. Él aseguraba que Parravicini le murmuraba desde ultratumba mensajes del porvenir. Cada tanto, don Pedro reaparecía en programas ávidos de afirmaciones alocadas. Nunca defraudaba. Como tantas otras veces, a fines de 2004 anunció desde su púlpito secular, la sede de la Fundación Instituto Cosmobiofísico de Investigaciones, en Virrey del Pino, partido de La Matanza, que el mundo llegaba a su fin. “A las 5 horas del día 5 del mes 5 del 2005 –predijo– se va a producir un arrebatamiento de humanos.” Ese día, reafirmó, “las naves pasarán a recoger a los elegidos”. Sobrevivimos, pero él y sus fieles emergían casi indemnes: sus fracasos proféticos no parecían afectar su credibilidad. Tal vez esto fue así porque su trayectoria era respetada.

Sus choques con la Iglesia también lo convirtieron en mártir viviente de la espiritualidad local. Cuando en 1991 publicó Aldys, el niño de la estrella Alcion, el Arzobispado retiró el título de las librerías del culto católico por sugerencia del (también fallecido) José María Baamonde, psicólogo y presidente de la Fundación SPES (Servicio para el Esclarecimiento en Sectas).

Se hacía llamar profesor. Tal vez por eso confundió a muchos: en verdad, encarnó el ala más religiosa del movimiento que rinde culto a los platos voladores. Sin embargo, don Pedro se diferenció de otros por la desmesurada pasión con que se consagró a lo que llamaba “la ciencia extraterrestre”. Su doctrina queda casi huérfana: no deja herederos.

Un profeta que habló desde los suburbios planetarios

Una vez escuché decir que si Romaniuk no hubiera existido, Chiche Gelblung se hubiera encargado de inventarlo. No me parece el caso. Si bien quienes conciben a la tele como show necesitan inventar o inflar personajes, otros reflejan el espíritu de su tiempo. Don Pedro está entre los otros. La atención que recibió por cuatro décadas es consecuencia de una prédica tenaz y sostenida. Sus ideas se hunden en un imaginario sobre los ovnis, la religión new age y creencias sobre el futuro de la humanidad que comparten millares de argentinos: Jesús es extraterrestre, ellos nos visitan desde la prehistoria, científicos y militares al servicio de las superpotencias ocultan la verdad. Etcétera.
Romaniuk desplegaba su saber con palabras altisonantes, entre el lenguaje esdrújulo de las “ciencias extraterrestres” y oscuras profecías de la escatología bíblica.
Tal vez, esa actitud le restaba voluntades entre el público no iniciado. El espíritu alarmista con que diseñó sus creencias –una religión milenarista que empieza con los ovnis pero se pierde en asuntos más ásperos, como el catastrofismo climático– tampoco seduce multitudes. Pero si el éxito se mide en influencia social, él fue –con Fabio Zerpa– quien tuvo más arrastre. Construyó su imagen con un discurso destinado a un selecto target, veinticuatro libros (muchos de ellos editados por su cuenta) y la pequeña ayuda de productores de televisión, quienes solían invitarlo a programas donde aparecía como portavoz autorizado de mundos distantes. ¡Los escépticos no lo extrañarán!













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